Ruby

La nebulosa de tu dolor

No te has visto. El metro está prácticamente vacío. ¿Quién coge el metro a las cinco de la mañana? Tú, yo, ese hombre que todos los días sin falta se baja en la parada del Tibidabo. Y no, no ha sido un error gramatical tener la osadía de ponerme entre los dos. Yo voy en medio, porque quiero ir pegada a ti, a lo que para mí es el pronombre tú. Tú, que miras la ventana como si observaras grandes edificios, maravillas arquitectónicas, parajes salvajes escondidos en los fiordos de Noruega.

Lo sé, no te has parado a mirarte. No has visto cómo la luz artificial y tenue del metro ilumina tu cabello cobrizo, pelirrojo. Puedo ver en tu incipiente barba sin afeitar que sí, definitivamente, eres pelirrojo. Esa naturalidad me atrae más. Mierda, es que no te has visto, porque parece que no quieres ni verte, ni que te vean. El gorro no esconde tu rostro, ni el flequillo que te cae desordenado por la frente. Tu rostro ladeado, fijo en el cristal que ahora sólo devuelve tu reflejo, no esconde tus ojeras, tus pómulos marcados. Tu ropa holgada no esconde tu excesiva delgadez, tu dolor que roza lo poético.

¿Qué estás viendo entonces? Me pregunto qué te ha herido así, qué ha hecho que te consumas como una vela que alguien ha olvidado apagar. No sé si te apagarás, o si te incendiarás. Me inclino a pensar en que te consumirás como una estrella, y morirás con una gran explosión que dará paso a una nebulosa. La nebulosa de tu dolor. Astrónomos de todo el mundo buscarán tus coordenadas, pondrán nombre a lo que fue tu vida, verán morir al Sol. Me pregunto, también, si existe algún otro modo de acabar con tu dolor, de curar tus heridas. Son tan evidentes las estrías en tu corazón.

¿Qué estás viendo donde nadie ve nada? Juego con las asas de la mochila, sin despegar mis ojos de tu silueta. No tengo la misma capacidad que tú para ver algo donde nada más que hay oscuridad. El altavoz suena, he llegado a mi parada. Me duele tener que despedirme una mañana más de ti. Me levanto, paso por tu lado. La curiosidad me lleva a mirar el cristal del que no separas tus orbes. Entonces lo veo. Veo el asiento ahora vacío que el cristal refleja desde tu posición. Una vez más has visto donde nadie más ve.